Por Verónica Arteaga

«Llorar en El Paraíso», dice Ignacio del Valle con aire melancólico al mismo tiempo que una brisa fría pasa por el campamento ubicado en los límites de Atenco y la zona federal donde hace unos años se mostraba imponente el lago de Texcoco. Hoy en día, en lo que antes fue una de las tierras más importantes del imperio Azteca, se pueden ver los inicios de la construcción de lo que será el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México; cientos de maquinarias levantan polvo a lo lejos, varios hombres trabajan en una obra gris en medio de un lago seco, arrebatado de las manos de campesinos que siguen luchando por justicia.

El Paraíso, es el nombre del campamento del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) donde varios campesinos -por parte de los 13 núcleos ejidales, de los cuales 5 pertenecen a Atenco y 8 más a Texcoco-, se reúnen con frecuencia para platicar de sus preocupaciones y alegrías, de todo y de nada, al mismo tiempo que vigilan sus tierras en caso de que el Estado quiera quitarles un poco más de su propiedad. A lo lejos, El Paraíso sólo se distingue por una lona roja que esta sostenida por unas ramas secas y unos lazos, pero es este mismo oasis en donde cientos de hombres y mujeres se preparan para mantener vivo el espíritu de lucha por la justicia de Atenco.

 A diez años del enfrentamiento

 «Nosotros no nos oponemos al progreso sino a las consecuencias de este, a la afectación ambiental, los problemas de salud…» Explica Ignacio del Valle, uno de los líderes del Frente, cuando pasamos a un lado de lo que un día fue el parque predilecto de Nezahualcoyotl -el ahora Parque de los Ahuehuetes-. El parque son tierras de uso común para la comunidad de Atenco, y parte de las tierras que quiere el gobierno. “El gobierno siempre  estuvo viendo la forma de acaparar la tierra, la expropiación es arrebato, es robo: el gobierno sólo cambio su táctica. Ahora quieren compran las tierra de los ejidatarios para un “parque ecológico”. Al gobierno no le creemos… Este nicho ecológico va a ser destruido si es que se concluye el proyecto.”

Durante varios años, el Estado, través de la procuraduría agriaría, ha comprado las tierras de la gente. «Han convencido a mucha gente…» por 2 millones de pesos, la gente se olvida de problemas con el gobierno y se dedica a vivir cómodamente. Pero más que un bien para evitar la violencia, los que venden sus tierras afectan a toda la comunidad creando un rompimiento entre ellas. “Nos han dado esa idea de que del campo no se puede vivir”.

En Atenco, como en muchos estados, el campo ha sido trabajado durante generaciones por la familias de los ejidatarios. Sus tierras han sido peleadas y criticadas durante muchos años con la misma excusa que presenta el gobierno y las empresas privadas: para promover el progreso. “Ha cambiado nuestra forma de vida, la vida del campo -comenta Ignacio con un aire de tristeza-. La tecnología ha cambiado la forma de pensar de las personas. Antes vivíamos muy tranquilos y luego llegó lo que llaman progreso”. El progreso se percibe de manera más clara en los transportes que hay en un lugar, en los carros, en las camionetas… Al llegar a Atenco se pueden ver las moto-taxis que conducen todo tipo de personas, muchachos de secundaria, jóvenes y señores en busca de una entrada más de dinero. A pesar de ser un pueblo chiquito hay muchas motocicletas y carros. Se pueden ver desde camionetas de lujo hasta unas sencillas bicicletas.

En el campo se ven las cosechas creciendo, unos cuantos ganados y lo que parecieran ser miles de kilómetros de campos verdes. En un momento, durante el camino nos paramos y nos señalaron, un tanto descontentos, un montoncito con basura a un lado del camino, “Este es el progreso -señala Ignacio indignado-, lo único que ha traído el progreso es la mala cultura. Antes no se veía esto en las calles, ahora hasta el agua de los ríos ya está contaminada. No estamos de acuerdo con esto”, la lucha por el poder ha creado un desequilibrio entre el hombre y la naturaleza que no comprende el hombre urbano, el empresario o el capitalista. Esta desigualdad basada en el despojo de tierras para crear más «obras progresistas», ha impactado en varios aspectos de la vida de los campesinos y en el ecosistema en general.

Las instituciones, las personas, la cultura, todo se ha ido corrompiendo poco a poco al mismo tiempo que la tecnología avanza. Atenco lucha no sólo por sus tierras, también por sus valores y principios.

La comunidad de campesinos se ha visto muy afectada al no haber un acuerdo total entre ellos en cuanto a la defensa de las tierras, los que venden sus propiedades han vendido junto con ellas un futuro estable para sus familias, «Es la falta de interés al campo lo que hace que la gente no luche por lo que tiene. Está claro que cada quien puede decidir el destino de su parte, pero ¿qué pasa cuando te quedas sin dinero, sin tierra y sin dignidad? Por qué le estas fallando a tu pueblo, a tu colectividad. El gobierno, nos manipula, quieren dividirnos. Pero la gente no lo ve así.»

Para poder construir legalmente, el gobierno necesita tener el 50 por ciento más uno de la propiedad de las tierras. Actualmente, la obra esta construyéndose de manera ilegal. Y, a pesar de que algunas tierras se han vendido, el gobierno ha puesto a su nombre propiedades cuyos dueños ya han muerto para poder avanzar en el proyecto.

El Paraíso

 El Paraíso, como lo llaman los campesinos, es el principal campamento de resistencia del FPDT. Se encuentra entre los límites del ejido de Atenco y la zona federa, justo en medio del antes lago de Texcoco. Es una de las tierras más preciadas para los Defensores de la Tierra; los expertos coinciden en que esas tierras son inhóspitas debido a su alto nivel de salitre, sin embargo a su alrededor se pueden encontrar pequeñas cosechas de romeritos, verdolagas, acelgas, entre otras. Es un pequeño paraíso entre todos los problemas que se han dado a raíz del Nuevo Aeropuerto, es una pequeña muestra de su valentía. Otros no valorarían lo que ellos sienten por estas tierras, por las pequeñas hojas verdes que salen de un tronco seco, sin vida, enterrado en la tierra salitrosa, «El valor se da de acuerdo a lo que te va costando, para nosotros El Paraíso sí significa en cada centímetro de su espacio», dice con alegría la Señora Alicia al llegar al campamento, donde nos enseña un montoncito de verdolagas fresquecitas.

 “Somos hijos de esta tierra, esta tierra es nuestro Universo” dice con orgullo Ignacio al llegar al Paraíso, una tierra muerta en donde todo tiene vida. Donde sólo basta una lona y unas sillas para estar horas platicando sobre su motivo de lucha, sobre la tierra.

La mayoría de los campos son parte de la familia, sus abuelos fueron pioneros del movimiento para obtener las tierras durante la revolución. “Las tierras son parte de la herencia que ellos nos dejaron, tenemos que pensar como ellos en lo que le vamos a dejar a nuestros hijos”, explica mientras recuerda cómo hasta los más jóvenes se han visto involucrados en la lucha.

Los del Frente no sólo luchan por defender sus cultivos, luchan por que sus familias tengan un futuro sano, de donde comer, de donde sostenerse. Se preocupan por el futuro económico de sus familias y por la salud de la comunidad. Es curioso como desde El Paraíso se puede ver el aire limpio del lado del campo: las montañas, los campos verdes, la naturaleza, el cielo claro; y del otro la impotencia de la gran ciudad -porque desde El Paraíso se puede ver parte de Santa Marta y unos edificios de la CDMX-: las interminables hileras de casas, los cerros que más que cerros parecen maquetas de unidades habitacionales, y la contaminación, el esmog, el aire denso de un color café clarito.

“Nos dan 2 millones de pesos, pero con eso no podemos comprar algo que se compare con la calidad de ambiente que hay aquí”, dice Ignacio del Valle al señalar lo que parece ser la Torre Latinoamericana. “La resistencia es esto, no dejar todo este territorio… ¡Vean la fauna y díganme si es justo dejar todo esto!»

Es cuestión de identidad

«A veces no entendemos el capitalismo, al neoliberalismo… El gobierno dice que el progreso está en la urbanidad, desde luego, pero con una urbanidad bien pensada, controlada. Sino acaban destruyendo a la naturaleza.» Tal vez sea el efecto del campo, del aire limpio, de las riquísimas verdolagas que nos preparó Doña Licha ahí mismo en el campamento, o sea simplemente porque todo lo que dice Ignacio del Valle es cierto, sus palabras tiene sentido para todos los campesinos que viven las consecuencias del capitalismo en bruto, sin planeación y sin detenimiento hacia los afectados… Es simple cuestión de identidad.

En el campo el hombre y la naturaleza mantienen una relación de respeto en la que la tierra les devuelve lo que uno trabaja… ¿Qué devolvería la tierra a una construcción en la que se destruirían miles de hectáreas? La gente de dinero, los que manejan grandes negocios rara vez se ponen a pensar en las consecuencias de las obras más allá de lo económico.

En Atenco es común ver a gente saludando a todos, sean conocidos o no, todos saludan a todos, es algo que les enseñan a todos y es parte de todos. Y es por esta misma cultura, que todos se ayudan aportando algo a la comunidad: «Nuestras costumbres están basadas en la solidaridad, en la hospitalidad. Tenemos principios de unidad en nuestras comunidades, por eso lo que doy te lo doy de corazón. Por eso decimos que lo que es del campo es de todos.» Durante el enfrentamiento del 2006 la comunidad se unió para luchar contra la injusticia, hombres, mujeres, jóvenes, grandes, todos salieron para ayudar en algo, en lo que fuese necesario.

Saúl es un ejemplo del impacto del Frente en México, él es un joven de Guerrero que decidió irse a vivir a Atenco para apoyar el movimiento y a los del pueblo. Ha seguido al FPDT por años; desde las marchas, hasta el campo, él siempre está atento a lo que pasa, y ofrece su ayuda a todos los que la necesiten, en todo lo que se pueda para seguir luchando, desde recitar un poema, hasta ayudar en la cosecha -porque todos los movimientos dejan huella, ya sea una canción en honor a los héroes caídos, un mural que ilumine a la Revolución, o un poema sobre el enfrentamiento-. Saúl, como muchos otros, recita un poema en cada reunión para recordarles a todos que Atenco vive no sólo en los campos sino en su pueblo:  «Fue un 4 de mayo, cuando se escribió esta historia con letras sanguinarias que calan en la memoria… Lo peor se avecinaba, lo más cruel daría comienzo. Todos corrieron tan fuerte, los ayudaba el viento, pero muchos no alcanzaron el momento. Otros estábamos en casa, había angustia y mucho miedo, pero siempre convencidos de morir por nuestro pueblo. ¡Atenco vive! ¡La Lucha sigue!»

Tomar iniciativa

 -¿Qué hacemos Nacho? Pregunta la señora Alicia después de discutir con otros compañeros sobre la enorme zanja que hay por el río.

-Yo te preguntaría eso, ¿qué hacemos? Responde tranquilamente Ignacio.

-No sé, yo diría que vayamos a levantar un reporte a la presidencia. Pero no creo que hagan algo… Ayy Nacho, llevo 15 años con la Unión y aún no entiendo, no aprendo.

-Bueno, Licha ¿y qué sugieres? ¿Quieres entrarle? !Éntrale! ¿Que qué hay que hacer? Ponerse a chambear, hay que tomar la iniciativa. En todo, si alguien no toma la iniciativa nuestra gente que no alcanza a despertar, o que ya despertó pero no hace nada…

El efecto de las decisiones sólo se puede ver cuando se toma la iniciativa. En México falta la iniciativa de la comunidad, uno juzga mal a los campesinos, pero como dijo Nacho: «en realidad el campesino es sabio por naturaleza, conoce su entorno y prevé las cosas», el prevenir y tomar la iniciativa sobre lo que está pasando se pueden lograr muchas cosas.

La lucha de Atenco vive por la iniciativa que han tomado los grupos de resistencia, su comunidad ha crecido hasta ser reconocidos y apoyados a nivel internacional. Siempre bajo sus principios de comunidad y dignidad: comunidad para salir adelante y dignidad para luchar por sus campos. Para ellos lo principal es la tierra, «la tierra es nuestra madre a la cual no la podemos poner en venta ni negociar bajo ningún concepto. Nuestra lucha no es por aumento de dinero, nuestra resistencia es no a la venta de dinero.» Es por esto mismo que los campesinos comparan el renunciar al derecho legítimo de su tierra como el renunciar a su dignidad, «los motivos más importantes de nuestro existir».

Su derecho legítimo de ser pueblos originarios los alienta a resistir en esta lucha debido a el apego a la Tierra: el principio fundamental. » Nosotros fuimos formados y educados con un principio que tiene que ver con un lenguaje universal: respeto, hospitalidad, solidaridad, colectividad. Y seguiremos luchando con nuestros principios por nuestra tierra», dice Ignacio del Valle con voz seria después de asegurarse de que lo que escribí en mis notas sea lo mismo que me dictó hace un momento.

El pueblo, a diferencia de la gente con poder, aún mantiene una relación equilibrada con la naturaleza y sus compañeros. Durante miles de años el pueblo se ha caracterizado por vivir así, en comunidad, «y así nos debemos de mantener», reafirma Don Ignacio; «La propuesta que hace el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra es seguir nuestras costumbres: Nosotros, mientras mantengamos ese respeto y colectividad, hermandad, vamos a salir a flote.»

En el Paraíso, Ignacio mira con recelo las tierras que les ha quitado el gobierno, unas cuantas máquinas se mueven a lo lejos tras dejar una nube de humo: «Ellos no tienen ese freno, han perdido esa sensibilidad humana de respetar.»

Atenco, al igual que muchos otros pueblos, es el ejemplo vivo de que sí se puede hacer la lucha por la tierra, porque esa «gran mancha urbana» no contamine la naturaleza y México deje de ser criticado por la violencia y vuelva a ser motivo de elogios por sus campos, por su cultura.

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