Valeria Arendar

«agua que tomamos sin que ella a su vez nos tome

como nos toma la tierra para sí

finalmente…”

Agua

 Francisco Segovia

CIUDAD DE MÉXICO, 18 de junio 2016. El agua, el árbol, el fuego, el aire … aquellos dioses que simbolizan cosas terrestres; dioses que llevan al ser humano a seguir los impulsos naturales y a aterrizar en la tierra a los dioses. Esa es la inmanencia, es decir, la cohesión en un ser de cosas unidas por naturaleza y no dependientes de algo externo. Entendida como el consciente rechazo de la trascendencia; es la manera de los paganos, de los politeístas. Francisco Segovia (Ciudad de México, 1958) en sus poemas busca el diálogo del ser humano con culturas pasadas, evocando los vínculos de éstos con la naturaleza porque “el mundo, la naturaleza, no nada más es. Además de ser… significa.” 

 

En el catalogo bibliográfico de escritores de México del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), dice que Francisco Segovia ha trabajado como lexicógrafo (Diccionario del Español de México, Enciclopedia Británica, Oxford Spanish Dictionary, entre otros); como traductor y como profesor de literatura (UNAM, ITAM, El Colegio de México). Ha formado parte del consejo de redacción de varias revistas mexicanas de literatura (La Orquesta, Diagonales, Fractal) y en algunas otras ha tenido una sección fija (Vuelta, Librero). En 1976 recibió la Beca Salvador Novo del CME, para escribir poesía; en 1988, una beca del Consejo Británico, para escribir un libro de ensayos sobre Thomas Malory en el King’s College de Londres, 1989; en 1992 el FONCA le otorgó la beca de Creadores Intelectuales para escribir ensayo y poesía. En 1998 el International Board on Books for Young People (IBBY) lo incluyó en su “Honour List” por la traducción de El libro apestoso, de Bebette Cole, FCE, 1994. Actualmente es investigador del Diccionario del Español de México, en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México y miembro del SNCA (1999-2005).

 

Con un peculiar parecido físico al actor estadounidense Bill Murray en la película The Life Aquatic with Steve Zissou (Wes Anderson, 2004), el poeta tiene el  cabello y la barba blanca, es dueño de una mirada penetrante protagonizada por ojos azules escondidos entre gafas, y la piel color rosa. Me citó en la Quinta Leonor, ubicada en Chiconcuac, Morelos. Me abrió la puerta una mujer, de no más de treinta años, quien me acompañó a la entrada de la casa principal. Cuando entré, saqué la cámara;  encontré a Francisco Segovia, sentado en la esquina de una larga y rectangular mesa de madera, leyendo.  Me recibió fumando un cigarro y tomando su –cuarta- taza de café del día. La casa, de estilo rústico, está adornada con artesanías mexicanas y fotografías antiguas. Las ventanas no tienen cortinas así que se alcanza a ver el jardín con cuatro amates y se percibe a lo lejos el sonido de varias cascadas.

 

Lexicógrafo, maestro, traductor, ensayista, poeta.

 

Un lexicógrafo -argumenta Segovia- es una persona que define diccionarios. Colecciona textos y hace estudios sobre la lengua que se registra en los mismos; paso siguiente, realiza estadísticas matemáticas para saber qué palabras se usan más en un determinado país. El oficio del lexicógrafo, sirve para reflexionar sobre las palabras. En los poemas de Segovia únicamente se han logrado colar tres palabras del trabajo en el diccionario: arrebatado, lubricán y acarrarse. Él comenta que no las selecciona: “cuando aprendes una nueva palabra, sobretodo palabras tan precisas […] no sólo te dan ganas de ver a qué horas las usas, sino que, también estás esperando ver cuándo otros las usan”. Segovia no se hizo poeta después de hacerse lexicógrafo, sino al revés. Ser lexicógrafo es su formación.

 

Francisco, o Pancho (como me pide que lo llame) se levanta de la silla, y me afirma que cualquier plática amerita acompañarla con un buen café. Entonces se dirige a la cocina. Estamos solos, él y yo. De manera casi inmediata puedo intuir dos de sus vicios de los que no puede zafarse: fumar tabaco y tomar café. Me ofrece una taza del café recién hecho. Como si fuera una lección de vida, él toma el café puro; sin azúcar ni leche. Recuerda que cuando era adolescente, solía irse a los cafés del barrio a escribir; una vez cuando su madre, Inés Arredondo, lo alcanzó vio que él estaba echándole -a cucharadas- café exprés al helado de vainilla. Ella se horrorizó y le dijo: “¿Cuándo aprenderás a no mezclar las cosas?, las simples y puras son mejores”.

 

A veces uno escoge maestros y otras veces ellos te escogen a ti. En el caso de Segovia, él eligió a tres maestros <<poéticos>> de carne y hueso, quienes no sólo han hablando con él, sino también cada uno le han enseñado actitudes frente a la vida. Uno de ellos fue Tomas Segovia, su padre. Pero conste con eso –me afirma– no es mi maestro por ser mi padre, sino porque lo elegí. El segundo maestro fue el poeta español Juan Carvajal, quien le sugirió la lectura de los escritores Cesare Pavese y Yorgos Seferis. Estos autores son considerados fundamentales para Francisco; quizá sólo porque los leyó en el momento preciso, quizá porque fueron esos autores quienes lo definieron. Con el poeta Carvajal se muestra agradecido para toda la vida: “no sólo me daba mucha materia que leer y pensar, sino que, me dejaba hablar”.  El tercer y último maestro de Segovia fue el escritor, ensayista y crítico literario y de arte mexicano, Juan García Ponce.

 

De la lectura de Pavese, sugeridas por el poeta Carvajal, no fueron las novelas lo que <<despertaron>> a Segovia. Al igual que el escritor argentino Jorge Luis Borges, él opina que en las novelas “hay demasiada paja”. En Diálogos con Leucó, Pavese refleja un profundo interés por el mito: en veintiséis diálogos cortos, los dioses y héroes de la Grecia clásica se disponen a  examinar  la relación entre el hombre y la naturaleza. Con las manos en la barbilla, de manera audaz y cautelosa, Francisco me explica su gusto por el mito: “me gusta esa manera de resumir el mundo […] de estarle viendo un sentido detrás a todo lo que ocurre. Hace que para nosotros, los árboles signifiquen, las pierdas signifiquen…¡eso me parece fantástico! Me parece que es lo que nos hace humanos.”

 

Francisco Segovia confiesa -entre risas- que desearía ser un poeta del siglo pasado. Tiene guardado en la memoria cuando leyó en la preparatoria a Horacio, un escritor latino, quejarse del ruido de las carretas que pasaban frente a su casa. Para Segovia, hoy en día todo es abrumador: “¡Yo no sé cómo la gente puede vivir con tantas cosas! La poesía requiere concentración tanto para escribirla como para leerla”. Para este poeta, la poesía no es sólo que se recibe, sino también, lo que se da.

 

Un recurso de la poesía es la métrica, que consiste en la medida de las palabras en el verso. Cada poeta –comenta Francisco- desarrolla un oído particular, el ritmo está ligado a la oreja, a un oído:

 

  • A : ¿ Cómo lograste que Agua fuera un poema tan…fluido, tan lleno de ritmo? ¿tienes un forma métrica, un orden, una fórmula?
  • S : No. Para mí, Agua fue un poco salirme del oído que siempre tenía yo, que es un oído muy de “brrr/trrr” … “somBRa, homBRe, FRonda”. ¿Qué clase de oído tiene un poeta? Es de lo más difícil que se le puede decir en una crítica.

 

Para el poeta pagano, “la poesía se sirve de lo concreto para llegar a lo abstracto”. Se parte de los ojos para hablar del amor –aclara Segovia.  El agua, el árbol, el fuego, el aire.. Los poemas de Francisco son una oda a aquellos dioses que simbolizan cosas terrestres. En su poema Agua, Segovia nos presenta su versión pagana del agua, esta sustancia tan importante que no sólo nos acompaña en el transcurso de nuestras vidas, sino que, nos da la vida misma. ¿Qué sentimos cada vez que nos sumergimos en ese agua que también ha nutrido a especies pasadas, que ha inspirado mitos, guerras, poemas….? Agua, es volver a nacer, es volver a ser antes de ser. Materia líquida más o menos pura que moldea la Tierra y condiciona nuestra existencia. Agua.