Dibujo y texto por Sofía Benedicto.

Definición de roquero: Se aplica a la persona que canta o forma parte de un grupo de música rock.

Después de caminar muchas cuadras (algunas en sentido contrario) de la colonia Narvarte, llegué a un edificio viejo pero acogedor. Lo vi como parte de esos edificios viejos de la Ciudad de México que probablemente se salvaron del terremoto brutal del ’85.  Armando vive en uno de los departamentos del primer piso solo, pero parece que su hijo Andrés está ahí con él todo el tiempo. Cuando uno piensa en la casa de un roquero, lo último que se le viene a la mente es que pueda tener los dibujos de su hijo enmarcados, adornando las paredes de los cuartos.

Avisé por un mensaje que estaba afuera y salió a abrir con el cabello mojado como si acabara de tomar un baño. Abrió la puerta principal y casi le doy la mano, me daba pena que nunca lo había visto y ya estaba por entrar en su casa, lo bueno es que es muy relajado. Entré al pasillo y se acercó a la primera puerta a la derecha. “Oye”, me preguntó con mucha seriedad mientras sujetaba la manija, me confundí. “¿Eres alérgica a los gatos?” Fffff… me alivió en seguida que fuera algo tan simple. Reí, contesté que no y entonces abrió la puerta. Al entrar al departamento nos encontramos en la estancia que también es la sala. Ahí, un sillón rojo para dos personas frente a la televisión, y varias pilas de DVD’s en serie como Hannibal y también muchas pelis para niños encima de un bello piano de pared; además de cajas con juguetes y un tapete que aparentaba ser muy suave (rato después descubrí que, en realidad sí era muy suve) también rojo.

 

Armando Vega-Gil o el Cucurrucucú Paloma, es un músico pionero del rock mexicano, nieto de valientes revolucionarios; pero su historia comienza con sus padres, no antes ni después. Además, es escritor de cuentos, poemas, y novelas.

Divagando un poco en la adolescencia (como todos en ese momento de la vida), entró a la Universidad por primera vez a estudiar matemáticas y salió corriendo: “Me fue súper mal. Después me empezó a llamar la Musicología, Etnomusicología, pero al final no hice nada de eso; entré a la ENAH a estudiar Antropología y empecé a tocar la guitarra a los dieciséis o diecisiete. Al rato de eso tuve un grupo de música folklórica, donde realmente me formé”. Rápido recordé el grupo de música folklórica y las escenas de baile divertidísimo que aparecían en la novela de Kundera, La broma. Los jóvenes, en la historia de Armando y la analogía que yo hacía en mi cabeza, tenían el espíritu de la Revolución Socialista: “Digamos que en esa época éramos marxistas, comunistas. El socialismo y la revolución cubana eran nuestros faros. Pensábamos que era para allá el camino correcto”. La diferencia entre la escena en mi cabeza y lo que Armando platicaba era el contexto de lo que pasaba. “La música que tocábamos era latinoamericana y sudamericana por todo lo que estaba sucediendo allá abajo: el golpe de Estado en Chile y el incendio del Palacio de la Moneda; había militares en Argentina, en Paraguay, Uruguay… en esa época desmontaron la guerrilla Tumapara. Pasaban muchas cosas, la música de Sudamérica hablaba del pueblo”. Atrás de los anteojos redondos que trajo puestos todo el tiempo, sus ojos satinaron en recuerdos, la escena de La broma se me  derrumbó y se me recordaron luego luego, todas las revoluciones sociales y musicales de esa década. “Se usaban quenas, bombos, guitarritas hechas con conchas de armadillo, flautas hechas con carrizo y bambú y podías ir a escucharlos algún café como el Peña”.

Mucho del público que iba a ver a esos grupos eran socialistas de café; en ese café que tomaban, quedaban las ideas y la lucha. Casi a la par, sucedió un gran evento en la historia de la escena musical mexicana: el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. Ese año (1971) fue pura calentura entre el gobierno y cualquier movimiento en el que estuvieran involucrados gran cantidad de personas, en especial si eran jóvenes. Ocurrió el famoso “Halconazo” en junio, y el festival en septiembre, 11. “Yo era pequeño (mi mamá no me dejó ir), pero imagínate estar ahí en un concierto de rock junto con otros cientos de miles de chavos; estabas en una manifestación bárbara de libertad, después de tanta matanza y represión”. Mientras me contaba que el concierto se había transmitido por la Radio Juventud, acariciaba descalzo el tapete rojo y jugueteaba con las gatitas Pelitos y María José. La represión en los medios era tal, que después de que Ochoa, el vocalista de Peace and love, le mentara la madre a todo aquel que no cantara varias veces, se interrumpió la señal de la transmisión y nunca volvió. “Corrieron a los locutores, sacaron de la programación de radio toda la música de rock mexicana y el rock se refugió en lugares que se llamaban hoyos funky, en las periferias de la ciudad”. Fue ahí entonces, en bodegas, estacionamientos y galerones, generalmente en el Centro de la Ciudad, donde cantaban las bandas en español, casi siempre porque el público que iba a esos lugares no entendía el inglés, que era y sigue siendo la moda para triunfar en la música, según. A los hoyos funky iba la gente que no tenía futuro más que ser un policía o ser ratero por un sistema que los tiene imposibilitados. “Esos si eran ninis, lumpen, chavos banda.” Yo lo imaginaba todo, tiene una manera de narrar fantástica, sientes que estás ahí, con él, con todos ellos.

“Había también unos lugares que se llamaban Cafés Cantantes: los chavos iban súper fresamente a oír grupos de rock” ¿Cómo un chavo puede ir súper fresamente a escuchar a un grupo de rock? Porque el rock es para todos, así es. No me imagino ir a una tocada a tomar refresco o café helado y comer un pastelito, pero a él le pareció muy normal. En las tocadas de hoy (al menos a las que yo eh ido) no podrás encontrar ninguna de esas tres cosas; “Y de la manera más gandalla, llegaba la policía y clausuraba el lugar. Hacían racia, subían a los chavos a las patrullas y si tenían el cabello largo se los cortaban, a las chavas las manoseaban como suelen hacerlo siempre…”. Ni si quiera me atreví a preguntarle qué pasaba si llegaba la policía a los hoyos funky, porque en los Cafés Cantantes y lugares de ese tipo, eran más fresas que la banda barrio. “Tocábamos para la clase media. Un buen día decidimos que abrir un lugar sería una buena idea, porque nos íbamos a quedar sin chamba y teníamos muchas ganas de seguir”, cuenta emocionado al acordarse de aquellos años de septiembre del ’85 en el que él, y sus otros compas de la banda Botellita de Jerez, junto con algunos socios que financiaron el proyecto, fundaron Rockotitlán. “Ahí nacieron bandas que fueron mucho más famosas que nosotros, como Caifanes, La maldita, Café Tacuba, Neón”. Estaba tan emocionada de escuchar esas historias que no conocía; sabía lo increíble que había pasado en los 60’s, 70’s y 80’s en el gabacho y en Inglaterra, pero nunca lo que había pasado en México. Mi corazón va a explotar de emoción, sólo pensaba “qué chingón, qué chingón”, y suspiraba.

Además de ser un gran conocedor de la escena musical aquí y en China, Armando es un gran escritor de canciones y cuentos. También la fotografía le apasiona, tanto que actualmente está haciendo un ensayo fotográfico del Valle de Guadalupe y a lo que le da prioridad depende de su estado de ánimo.

El último proyecto de novela que realizó, fue una novela a “seis manos”, confiesa con entusiasmo. La escribió junto a las escritoras Beatriz Rivas y Eileen Truax. De principio como un jugueteo cibernético de alteregos, y después en tiempo real. A la par sucedió algo terrible; en septiembre del 2014 se presentó el caso de los normalistas desaparecidos en la escuela Ayotzinapa, y decidieron que era su responsabilidad como escritores en tiempo real no solo no ignorar el caso si no involucrar a los personajes con toda la movilización social ocurrida después de la tragedia. “Ayotzinapa define muchas cosas, es un gatillo para el desenlace de la novela, porque por ejemplo, en una marcha que hubo el 20 de noviembre de ese mismo año, una de las más grandes, un granadero golpeó a un señor que iba en la manifestación marchando con sus hijos…me identifiqué mucho con el señor porque yo tengo un hijo de 5 años”, dijo con horror y asco mientras levantaba la tapa del piano y tocaba alguna tecla dos veces.

Hicimos una pausa mientras me contaba de los nuevos proyectos que tiene con su banda, y encontró un disco de los nuevos. «¿Es el nuevo?», pregunté y Armando asintió. Fue un momento genial porque de pronto todo combinaba: el sillón, el tapete, algunos garabatos de los colgados en la pared, y ahora también las letras del título del disco, #NOPINCHESMAMES.

Le pedí un último consejo para todos los jóvenes que a veces tienen miedo de ponerse a escribir, y sin ningún juicio contestó: “Escribir mucho, leer un chingo”. Claro, cuando te lo dicen así, es muy lógico lo hay que hacer, pero a veces es difícil lanzarse por la borda así nada más. “Entrar a talleres también es muy importante, encontrar un estilo, y escribir, y reescribir si es necesario; muchas veces salen cosas mejores cuando corriges un texto”. Así, sin limitaciones, sin miedos ni prejuicios, Armando se puso a escribir, y escribió entre muchas otras cosas: el Diario íntimo de un guacarróquer publicado en el 2008 y la novela colectiva Fecha de Caducidad, publicada en el 2015.

Entonces, lanzarse por la borda, no sólo implica escribir al vacío, implica comprometerse. Aventarse al vacío comprometido. Ser congruente con lo que escribes, firme y respetuoso con lo que estás haciendo: “Incluso si tu punto de partida es la falta de respeto y el desmadre, como los Beat o los realistas sucios, como Carver o Burroughs”.

Se paró otra vez a su oficina, que estaba detrás de nosotros (el sillón le daba la espalda a ese cuarto) y encontró un Diario íntimo de un guacarróquer para regalarme, “¡Muchas gracias! Qué divertido. Oye, ¿me lo firmas?”, le ofrecí mi pluma, la tomó y empezó a escribir con muchas flechas señalando la oración: “Para Sofía de Armando Vega-Gil, con salsa verde y mucha mugre feliz”.

Cuando al fin terminó la entrevista, sentí que llevaba años conociendo a Armando, quería que fuera mi tío y platicar con él durante cada comida familiar, pensé incluso que podría ser mi tío favorito y que mi papá, él y yo podríamos ser el equipo perfecto para un juego de música. Claro que ganaríamos.

No queda más que seguir los consejos de este sabio roquero loco, padre responsable y divertido. Comprometido con sus metas y sus ideas, y perseverante difusor de la música, la escritura, y muy importante, hacer lo que se te pegue la gana y te haga feliz.

Nos despedimos varias veces. Caminé hacia el lado contrario , hasta que estaba a punto de dar vuelta en una calle a la que no iba, Armando gritó mi nombre: “El metrobús es para acá!”.

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